Todos nosotros tenemos en nuestra mente un “núcleo” o centro de creencias. En él están grabados todos aquellos conceptos que dictan los principios por los cuales nos regimos y ahí también están los parámetros o límites para nuestra fe.
Ese núcleo de creencias se fue formando desde la infancia, influenciado primeramente por el núcleo familiar, luego por las instituciones educativas y alimentado por las creencias religiosas.
Desafortunadamente muchas de las convicciones más profundas en nosotros, aquellas que están firmemente grabadas en nuestro interior, no están en acuerdo con lo que Dios dice en su Palabra.
En el libro de Efesios, el apóstol Pablo presenta la obra terminada de Cristo en tiempo pasado, fue un hecho que ya aconteció, y las bendiciones para nosotros los creyentes derivadas de ese magno acontecimiento, también están escritas en tiempo pasado. Esas bendiciones no son visibles a nuestros ojos naturales.
«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo,» Efesios 1:3
Ese “nos bendijo” lo presenta como un hecho pasado, algo que ya aconteció, que ya fue dado.
Esas bendiciones a las que se refiere Pablo, dice que están en el mundo espiritual, por eso no son visibles a los ojos naturales, son la herencia que nos dejó Jesucristo. Y no solo se trata de perdón de pecados (Efesios 1:7) y de vida eterna, sino que incluye también la sanidad (1 Pedro 2:24), la prosperidad (2 Cor.8:9), la paz (Juan 14:27), ser aceptables para con Dios (Efes.1:6), por mencionar algunas.
Muchos consideran la fe como una meta que hay que alcanzar, un estado del ser humano al cual es difícil de llegar, quizás solo para los más piadosos, o una cualidad que solo Dios puede dar. Pero a la luz del Nuevo Testamento, se puede entender la fe como nuestra respuesta positiva a lo que Dios ya hizo. Porque si fuera solamente una esperanza futura, quedamos sin comprender por qué las bendiciones se describen en tiempo pasado.
La fe bajo el nuevo pacto no es ver hacia el futuro esperando que Dios responda algo que dice en la Biblia que Él ya hizo. Esto puede haber creado confusión en muchos cristianos que le piden lo mismo muchas veces a Dios con poco resultado, cuando en Su Palabra dice que ya fue hecho, ya fue dado.
El ejemplo más claro que se puede dar acerca de ésto es la salvación: en Romanos 10:9 dice que si confesamos (decimos con nuestra boca), que Jesús es el Señor y creemos firmemente que Dios lo levantó de los muertos, seremos salvos. Es una promesa que pueda que a algunos pocos les produzca duda e inseguridad, pero en general es aceptada, y una vez hecha la confesión ya no se duda más de si hemos alcanzado o no la salvación. Se entiende en general que no se trata de rogar y rogar para que Dios nos perdone y nos salve, no es usual que tengamos que ayunar y pedir apoyo en oración y cadenas de oración para mover a misericordia a Dios para que nos salve. ¡No! por fe lo aceptamos, por fe lo creemos y por fe recibimos la salvación, aún cuando no la vemos ni experimentamos cambios físicos en nosotros.
La salvación es una bendición, un don sin restricciones, un regalo que está en el mundo espiritual para todos los que quieran alcanzarla por fe, no hay versículo bíblico que ponga en duda que Dios quiere salvarnos a todos, ni que Él salva a los que quiere y rechaza a los que no quiere, ahora por Cristo Jesús, la salvación es una provisión de Dios al alcance de todos (los que quieren creer).
Esta es una de las características de la gracia de Dios (favor inmerecido e injustificado de Dios)
«Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;» Efesios 2:8
En éste versículo podemos ver cómo, gracia y fe van ligados, el favor de Dios da, pero es la fe la que recibe.
La ira de Dios fue satisfecha con la muerte y resurrección de Jesús (Isaías 53:10-11), no hay pasaje bíblico del Nuevo Testamento que respalde la posición de que Dios a veces quiere dar y otras veces no, o que quizás Él quiera retardar su promesa para enseñarnos algo o para formarnos, no hay sustento bíblico para tal aseveración.
Asimismo, tampoco hay relatos bíblicos en los cuales podamos demostrar que Jesús le haya negado la sanidad a alguien. Si ese es nuestro caso y no hemos alcanzado sanidad aún. No es Su culpa, debe de haber otro factor, pero no es Él.